Tener pololo después de tener marido

Cuando se viene el mundo abajo tras una separación, llorar hasta que ya no queden lágrimas y dejar de vivir de la nostalgia, nace una nueva oportunidad. A veces tan maravillosa que no nos parece real. Nos entusiasmamos con la libertad, la soltería y volver a sentirnos vivas. Comenzar de cero, sin dar explicaciones, era dueña y señora de mis decisiones.  Lista para nuevas sensaciones. Y, por primera vez en mucho tiempo, me echaba la culpa al bolsillo y me atrevía a lo prohibido. Tal como una adolescente con el primer chico que le gusta.

Había cumplido tres meses separada después de un matrimonio de 13 años, con un hombre diez años mayor, paternal, dulce y fraterno, al que siempre voy a extrañar. Los recuerdos me torturaban en los momentos de tranquilidad, sentía que me habían arrancado el corazón. Las primeras fiestas de fin de año -y me separé en septiembre-, serían la cúspide del dolor. Pero para enfrentar esos momentos tuve unas grandes amigas que me escucharon y recordaron quién era a pesar de las circunstancias, de los años y de los altibajos.  Y, por supuesto, una tuvo una idea más osada que me llevaría a una gran aventura, después de un par de años agónicos y tristes. La idea de conocer gente parecía atractiva y saludable para cualquier recién separada.

Tinder era la aplicación de moda y, curiosamente, la más entusiasmada era la amiga felizmente casada con cuatro niños.

En alguna de nuestras juntas, con un par de copas en la mano, tomó nuestros celulares y nos bajó la aplicación, desplegando un catálogo en oferta bastante amplio e interesante. Es más, fue ella quien seleccionó a los primeros candidatos, pero antes le pedí que la edad de la selección disminuyera. Quería nuevas experiencias.

Dentro de todo fue un bálsamo, porque en ese tiempo sentía que mi vida era una miseria: me pagaban poco, me había separado y mi exmarido seguía cubriendo casi todas mis cuentas básicas porque no alcanzaba con mi sueldo, una doble humillación.. Tenía mucha rabia y frustración, y a la vez sentía que necesitaba hacer algo distinto, nuevo, que me llenara de energía y me llevara la cabeza a otro lado.

Llegué a mi departamento y la curiosidad me ganó. Miré y miré hasta que seleccioné un par de prospectos que me parecieron muy interesantes. Lo mejor, y el que más me tincó era seis años menor y extremadamente guapo. Poco después vi un “hola”. Quedé pegada al techo de felicidad. Y después de una larga conversación me pidió el número de teléfono para conversar.

La primera cita

Varias veces me “corrí” de la junta. Desconfiaba, ¿y si era un psicópata? Pero ya la tercera vez no podía dilatar más la situación. Quedé con él en la esquina de Vicuña Mackenna con Bilbao, a dos cuadras de mi casa. Camino a mi nueva experiencia, le mandé la ubicación a mi mejor amiga, por si desaparecía abruptamente.

Pero lo que me encontré fue totalmente inesperado. En la esquina bajo un farol había un chico, de unos veintitantos, altura y contextura media. Cabello rubio y desordenado. Vestía jeans juveniles y una polera cuello redondo. Parecía nervioso. Era como un siervo inofensivo.

Me vio y sonrió. Sus ojos celestes y chispeantes, su juventud, fue ¡Guau! La mayor emoción de este último tiempo. No podía creer lo que veía. Tenía 28 años y yo, 33, pero la gran diferencia era el paréntesis de un matrimonio. Muchas vivencias y dolores.

Conversamos en una plaza, no sabía qué podía hablarle y él también se veía un poco incómodo. Me desilusioné, pensé que no le había gustado (él, a mí,sí). Amablemente, me ofreció ir a dejar. Le dije que no. A pesar de que se veía inofensivo, no lo conocía. Igual insistió en acompañarme, caminando. Llegamos hasta el frontis de mi edificio. Se despidió sin ningún indicio de nada. Más desilusión. Bueno había sido una apuesta.

Pero cuando subí, me arrepentí de no haberlo invitado a subir. Lo llamé y se devolvió de inmediato. Estuvimos conversando hasta la madrugada. Resultó muy gracioso, me reí toda la noche. Su segundo punto a favor. A esas alturas ya me di cuenta que le había gustado y, su aparente falta de interés, era solo algo de timidez inicial. Antes de irse, nos besamos.

Seguimos hablando y viendo. Me presentó a su familia, tal como una adolescente. Eran maravillosos: sencillos, cariñosos. Me sentí tremendamente acogida. Después me invitó a Santa Cruz donde vivía su abuela materna. Una mujer espléndida, la matriarca, que en un gran choclón, me invitaba a sentarme a su lado, como un gran honor. Su mamá también era una bella mujer. Gente buena de alma, de gran corazón. Fueron muy importantes para mí.

Nos mantuvimos varios meses en una salida informal, hasta que a los cuatro meses me pidió pololeo. Íbamos en su auto (un corsa pequeño donde subía su tabla de surf adonde fuera). Puso música y de pronto, en medio, apareció una grabación, pidiéndome ser su polola. No pude decirle que no.

Con el tiempo me fui dando cuenta que realmente éramos de mundos distintos. Kinesiólogo -aún estudiando- y surfista, desbordaba entusiasmo, pero yo, no me sentía satisfecha. Muchas veces, y ahora lo lamento por cómo lo pude haber hecho sentir aún llorando por mi ex. Mi separación aún me dolía. Aún no cumplía un año de separada. El entusiasmo ya  no era el mismo y sus celos, me empezaron a abrumar.

Ya no éramos muy compatibles. Me sentía ahogada y quería mi libertad. Él, por otro lado, comenzó a recibir curiosos mensajes de “buenos días” de una tal “Margarita”. La verdad no no lo sentí demasiado, lo que era un indicio de que mis sentimientos no eran tan profundos, a pesar de que había sido un gran apoyo para mí.

Una noche donde él tenía turno en el hospital, fui a un cumpleaños con unos viejos compañeros de colegio. La velada terminó en un bar de mala muerte y muy borracha. Me llamó y llamó unas treinta veces. Por supuesto, no le contesté. Al día siguiente llegó y se fue indignado. Pensó que le había puesto el “gorro”. La mañana siguiente, recibí un mensaje terminado conmigo. Lo acepté. Él se arrepintió, pero yo no. Se lo agradecí. Lloré una mañana y fin.

Terminé y me sentí liberada. Recuerdo que la última vez que lo vi, me preparaba para salir con unas amigas. Extrañamente para octubre, cayeron unas gotitas. Me miró desde la vereda del frente. Poco tiempo después, lo vi en redes sociales. Estaba felizmente enamorado de su nueva polola: Margarita.


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