Cuando los hijos e hijas se convierten en hijes

-No quiero que me digas Javiera, mamá. Dime Javi.

Así comenzó la conversación de Carolina con su hija de 11 años. Carolina quedó atónita. Si bien para ella no era tema la sexualidad de otros, sí se sintió confundida cuando Javiera le pidió que la dejara de identificar con un género que no la representaba. Javi nunca había sido una niña “tradicional”, nunca heteronormada, le gustaba disfrazarse de los personajes clásicos de la banda estadounidense de rock Led Zeppelin en vez de querer se una princesa, pero eso no fue un suficiente indicio, era solo una elección de juegos. Y, por lo demás, muy entretenido. No todas las niñas tienen que ser iguales.

Los tiempos son otros. Ahora es más reconocida la diversidad y la posibilidad de expresarse libremente, sin embargo, existen situaciones que trascienden a nuestra historia y el mundo que conocíamos. Antes, muy rara vez, existía un cambio de género y era tremendamente bullado en la sociedad, creando confusión en la propia identidad (obra “Los arrepentidos”, del autor sueco Marcus Lindeen) y, en pocas ocasiones, bien aceptados. La empatía no era el sello de entonces. No aceptar la naturaleza biológica, era incomprensible. Inaceptable. Ni hablar de enamorarse de una persona indistintamente del género o tener cuestionamientos de identidad sexual.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la identidad de género es “la vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la experimenta, la cual podría corresponder o no, con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo y otras experiencias de género como el habla, la vestimenta o los modales”.

La diversidad sexual solo se ha visibilizado gracias a movimientos como LGBTQ+ que, socializan y dignifican una preferencia sexual o el no sentirse perteneciente a ninguna. La VIII Encuesta Nacional de la Juventud (2015), realizada por el Instituto Nacional de la

Juventud (INJUV), arrojó que el 3,8% de jóvenes se declaran no heterosexuales, entre 9.393 jóvenes entre 15 y 19 años; 2,2% se declara homosexual; un 1,6% bisexual, y un 2% señala estar aún explorando en busca de una definición de su orientación sexual.

Los avances de la sociedad y la apertura a otras realidad, todavía se cuestiona cuando el hijo o hija preadolescente o adolescente le manifiesta a los padres su inquietud por no sentirse identificado con un género. Resulta extraño. Es difícil renombrarlo o no darle género a su identidad, porque estamos acostumbrados a que es lo que corresponde: personas con etiquetas.

Este dilema lo retrata bien una escena de Sex and the City And Just Like That, cuando la hija de Charlotte, Rose (protagonizada por Alexa Swinton),  le comenta que no quiere que la llame “bebita”, porque no se siente identificada con ningún género en particular. Desde ese momento pide, tanto en su casa como en el colegio, que se refieran a ella como Rock. Toda una confusión para una familia tradicional judía. Los padres respetan su decisión y la apoyan en su proceso. Rock modifica su imagen completamente y decide vestirse neutral: pantalones, camisa y cabello corte “príncipe”. Nada que lo identifique con ser niña. Y como la adolescente está pronta a su Bat Mitzvah (rito judío a los 12 años), sus padres contratan una rabí trans para prepararla en el rito.

Pero la realidad no siempre es tan bien acogida como en la serie estadounidense. La resistencia es innata, y las consecuencias dolorosas, terminado en casos extremos, con suicidio.

Aún así, y a pesar de los esfuerzos de socialización por parte de distintas comunidades y políticas gubernamentales de diversidad, existe renuencia. Así fue el caso de Gabriele, una adolescente que asistió a una consulta con su psiquiatra infanto-juvenil. La profesional debía orientarla, sin embargo le dijo a ella y a su familia que “ya se le pasaría”, haciendo alusión  a no tener claridad su identidad sexual durante su adolescencia. Y, al final le dijo a los padres que esta “moda pasaría y con el tiempo volvería a ser ‘ella’”.

Según la psicóloga de Vitasalud, María José Baeza, “es muy importante asistir a una unidad de terapia familiar, donde las familias en su conjunto, tengan apoyo en el proceso y periodo de cambio. Es de especial relevancia tener una mirada multidisciplinaria”.

Suicidio en comunidad LGTB+

Un estudio en EEUU de Cetep, asegura que el suicidio es responsable del 24% de las muertes en jovenes LGTB+. Una época compleja donde el bullying, la búsqueda de identidad general, la importancia de la relación con el grupo de pares, es fundamental.

En el ‘‘Suicidio en población LGTBI: factores de riesgo y de protección. Una revisión sistemática’’, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Valencia, concluyó que “el factor clave que se encontró en relación al suicidio consumado fue la falta de aceptación por parte de la familia y de sí mismos (reflejado en una mayor homofobia interiorizada), sentimientos negativos sobre la propia sexualidad y/o género, insatisfacción con el aspecto físico, mayor tendencia de comportamientos agresivos, mayor historia de abuso físico y sexual, mayor incidencia de ansiedad, depresión y abuso de alcohol y otras sustancias. Los que habían cometido suicidio también mostraron una tendencia más temprana a salir del armario en comparación al grupo control, más o menos unos dos años antes”.

El avance es lento y el camino, pedregoso. Cuántas personas quedaron frustradas por seguir el camino “correcto”, y vivieron una vida de atrapados en una mentira. Tan absurdo como cuando en antaño, tanto familiares, tutores o profesores, obligaban a los zurdos a ser diestros. Contra la naturaleza. Los padres no supieron ni quisieron “leerlos” a tiempo, nos les dieron la libertad de elegir su identidad y esa frustración quedó en ellos y ellas por siempre. ¿Queremos lo mismo para las futuras generaciones?


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