Ya no puedo más de felicidad. Logré ese puesto de trabajo que tanto soñé. Pero, de pronto, la burbuja se pincha y siento que todo es una farsa. “Fue suerte, no tu talento el que te llevó a obtener ese premio”, pienso angustiada. Toda la emoción cae de pronto y una leve sensación de impostura me invade. Una vez que asuma o en cualquier momento, se darán cuenta de que en realidad no tenía las competencias y que llegar aquí fue mera fortuna inmerecida. Ahora ya no siento más que miedo y, en vez de sentirme feliz, esta felicidad se convierte en pesadilla. Se me aprieta el estómago y la sensación de alegría se esfuma. ¡Soy una impostora!
Si bien este síndrome se da tanto en hombres como en mujeres, el 70% de las personas que lo experimentan son mujeres. Según el libro “El síndrome de la impostora: ¿Por qué las mujeres siguen sin creer en ellas mismas” de Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot, existen motivos históricos, sociales y familiares que explican este fenómeno.
Históricamente, las mujeres han sido relegadas a roles secundarios, lo que ha generado una desconfianza interna sobre nuestras propias capacidades. Las barreras que enfrentaron nuestras antepasadas para acceder a la educación y al trabajo remunerado siguen influyendo en cómo nos percibimos hoy. Esta herencia de subestimación perpetúa la idea de que no merecemos nuestros logros, sino que simplemente tuvimos suerte.
Las exigencias sociales también juegan un papel crucial. En una sociedad que nos obliga a ser superwoman –inteligentes, de cuerpos esculturales, madres, esposas y profesionales impecables–, el marketing nos vende la idea de que debemos lucir un cuerpo de ensueño y estar siempre a la moda. Sin embargo, aunque en algunos aspectos hemos evolucionado en cuanto a igualdad, en otros hemos retrocedido. Hace unos días, observé fotos de Marilyn Monroe en redes sociales, y me sorprendió ver que, aunque era considerada la sex symbol de su tiempo, tenía un cuerpo “normal”: rostro de muñeca, curvas definidas, pero sin la musculatura exagerada que hoy se nos exige. Marilyn no era “fit”. Nos hemos impuesto una nueva carga, la de mantener cuerpos irreales, asesinado nuestra autoestima.
En el ámbito amoroso y familiar, las expectativas no son menores. Se espera que seamos esposas perfectas y madres ejemplares, capaces de equilibrar la vida familiar con la profesional sin mostrar signos de fatiga. Esta presión constante por cumplir con estándares inalcanzables incrementa la sensación de ser una impostora, ya que cualquier error o falla se magnifica como una prueba de nuestra insuficiencia.
Los motivos que perpetúan el síndrome de la impostora son variados. Desde la crianza en ambientes donde se premia la perfección, hasta la falta de modelos femeninos en posiciones de poder que nos muestren que el éxito es alcanzable. La internalización de estos factores crea un ciclo vicioso de autoexigencia y duda.
Mientras más impostoras nos sentimos, paradójicamente, mejor rendimos. Esto se debe a que la autocrítica nos impulsa a esforzarnos más. Sin embargo, esta presión interna no es sostenible y puede llevar al agotamiento emocional. Es vital recordar que el síndrome de la impostora es una trampa de la mente, no una realidad.
¿Con cuál de estás impostoras te sientes identificada?
La Perfeccionista
Siempre busca evitar que su supuesta ineptitud salga a la luz. Este tipo de impostora queda atrapada en un círculo vicioso de autoexigencia que la hace desconfiar cada vez más de sí misma. La perfeccionista se sobrecarga de trabajo, teme tomar nuevos proyectos por miedo al fracaso y se obsesiona con los detalles que están mal. Incapaz de delegar tareas, su rigor consigo misma es implacable y su autocrítica, aplastante. Cada pequeño error es una catástrofe, alimentando una espiral de dudas y estrés constante.
La Experta
Eterna estudiante, siempre siente que necesita saber más antes de aventurarse en cualquier cosa. “Nunca sabe lo suficiente” se convierte en su mantra, a pesar de que tiene años de experiencia. En lugar de reconocer su vasta experiencia y habilidades, se siente perpetuamente inadecuada y en busca de más conocimientos. La experta teme ser expuesta como una fraudulenta si no tiene todas las respuestas, lo que la lleva a postergar proyectos y oportunidades esperando alcanzar un nivel de conocimiento imposible.
La Independiente
Para ella, pedir ayuda es una señal de debilidad y motivo de vergüenza. La independiente insiste en hacer todo sola, convencida de que aceptar asistencia desmerecería sus logros. Esta autosuficiencia extrema no solo la aísla, sino que también la sobrecarga de responsabilidades. La presión de hacerlo todo perfectamente y sin ayuda puede ser asfixiante, aumentando su ansiedad y sensación de impostora cuando inevitablemente no puede manejarlo todo.
La Superdotada
Cree que debe triunfar a la primera en todo lo que emprende. La superdotada mide su valía en función de su capacidad para sobresalir inmediatamente y sin esfuerzo aparente. Cualquier tropiezo es una prueba irrefutable de su falta de capacidad. Esta creencia la lleva a evitar desafíos nuevos o difíciles por miedo a no estar a la altura, perpetuando un ciclo de autosabotaje donde su potencial queda sin explorar.
La Superwoman
Mide sus capacidades por la cantidad de funciones que puede asumir brillantemente. La superwoman se siente constantemente presionada para demostrar su valía en todos los aspectos de su vida: ser la mejor profesional, madre, esposa, amiga, y más. Esta necesidad de ser excepcional en todo momento la deja exhausta y propensa a sentirse una impostora cada vez que no cumple con sus altos estándares en algún rol.
La Entregada
Se entrega tanto a los demás que se convierte en víctima de su propia dedicación. La entregada se pone siempre en segundo plano por miedo a decepcionar a otros. Esta autosacrificio extremo la lleva a descuidar sus propias necesidades y a sentirse infravalorada. Aunque su entrega puede ser vista como una virtud, la realidad es que a menudo se siente atrapada y resentida, preguntándose si sus esfuerzos realmente valen la pena.
La Falsa Confiada
Se muestra como alguien que no falla en nada, pero esta fachada es solo una máscara de protección. La falsa confiada oculta sus dudas y miedos detrás de una apariencia de seguridad y competencia. Temiendo que los demás descubran su “falsedad”, se esfuerza en mantener esta imagen perfecta, lo que resulta agotador y estresante. Por dentro, sigue dudando de sus habilidades y siente que su verdadero yo nunca es suficiente.
¡Acá te dejamos 10 consejos para que combatas el Síndrome de la Impostora!
1. Reconoce tus logros: Lleva un registro de tus éxitos y revísalo cuando te sientas insegura.
2. Habla sobre tus sentimientos: Compartir tus dudas con amigos y colegas puede ayudar a poner las cosas en perspectiva.
3. Deja de compararte: Cada persona tiene su propio camino. Concéntrate en tus propios progresos.
4. Acepta el elogio: Aprende a aceptar los cumplidos sin menospreciar tus logros.
5. Enfrenta tus miedos: Atrévete a salir de tu zona de confort y afronta nuevos desafíos.
6. Sé consciente del síndrome: Reconocer que existe es el primer paso para combatirlo.
7. Busca apoyo: Rodearte de personas que te apoyen y te inspiren puede ser muy beneficioso.
8. Desafía tus pensamientos negativos: Cuestiona la veracidad de tus dudas e inseguridades.
9. Establece metas realistas: Fija objetivos alcanzables y celebra cuando los cumplas.
10. Perdónate los errores: Todos cometen errores; lo importante es aprender de ellos y seguir adelante.
El síndrome de la impostora es una lucha interna que muchas mujeres enfrentan, pero con las herramientas adecuadas y el apoyo necesario, es posible superarlo y reconocer nuestro verdadero valor.
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